La expedición para
documentar la transformación económica y cultural que está experimentando la
región de la Orinoquia quedó plasmada en una serie de acuarelas y óleos del
artista bogotano Juan Manuel Arreaza.
De: Pablo Correa
Los Llanos ya no son lo
que eran antes. Antes, cuando Antonio Loboguerrero Herrera era un niño y sus
papás, los antropólogos Miguel y Xochitl , lo llevaban de la mano por esas
llanuras solitarias, por los ríos salvajes, por los caminos de los indígenas piaroas,
de los sikuanis, de los cubeos, de los piapocos.
Las cosas están
cambiando a un ritmo frenético. La economía se está transformando y una horda
de caras que nadie reconoce como paisanos llegan día tras día a los pueblos del
Vichada, a los de Guainía. Los atrae la fiebre del petróleo y la especulación
por el precio de las tierras. Las empresas más poderosas de Colombia han
levantado cercas y dividido un paisaje que antes atravesaban los jinetes
llaneros sin pedir permiso a nadie.
Hace un año, Antonio, quien
se hizo cargo de la Fundación Etnollano tras el fallecimiento de sus padres, le
propuso a su amigo de la infancia, el artista Juan Manuel Arreaza, y a uno de
sus primos, Lucas Maldonado, emprender una travesía por tierra desde Bogotá
hasta la selva de Matavén, hasta la comunidad urbana de los indígenas piaroas
en límites con Venezuela. Todos dijeron que sí y un día de marzo de 2013 se
treparon a un carro rumbo a los Llanos Orientales.
“Íbamos al ritmo de lo
que encontrábamos”, cuenta Antonio. El plan fue no tener plan, sino seguir las
señales del camino, hablar con quien se cruzaban. Y se cruzaron con camioneros,
con ganaderos, con indígenas, con tenderos, con niños y mujeres, con Patricio
von Hildebrand de la Fundación Puerto Rastrojo, con gobernantes locales. Y a
todos, a 120 personas en total, les hicieron las mismas cuatro preguntas frente
a una cámara Panasonic P2: ¿Quién es usted y qué hace aquí? ¿A qué se dedicaba
su familia? ¿Qué cambios ha notado en la región? ¿Qué sabe de los indígenas?
El material audiovisual
lo iban editando sobre la marcha, en las noches, antes de dormir en hamacas y
posadas. Lo preparaban para luego mostrárselo a los indígenas, quienes frente a
la misma cámara comentaban todo lo que veían y decían de ellos. La idea final es
producir un documental. Los únicos que nunca aceptaron la invitación a hablar
fueron los administradores de las grandes empresas instaladas allí, los de
Riopaila, de Manuelita. Sólo Indupalma abrió sus puertas.
“No sabemos quién está
llegando ni a qué”, se quejó el alcalde de Santa Rosalía ante la cámara. Y los
ganaderos, muchos, coincidieron en que la gente de la región ya no quiere
trabajar en las fincas. Para qué si en las petroleras, por ocupar los puestos
más insignificantes, se ofrecen de dos millones de pesos para arriba.
Mientras Antonio
entrevistaba y tomaba apuntes para preparar los informes técnicos, su amigo
Juan Manuel disparaba su cámara Canon EOS 7D a diestra y siniestra, a los
detalles que muchos de los nuevos llaneros pasan por alto: un niño lanzando al
aire un avión de papel, un señor vendiendo sandías, otro montado en una
bicicleta pedaleando en un camino interminable bajo un sol canicular, un camión
levantando polvo con un letrero en el vidrio trasero en el que se lee “Yo
reinaré”. Postales de unos llanos más crudos, más verdaderos. Postales de los
nuevos Llanos Orientales.
Juan Manuel Arreaza
nunca había ido llano adentro; tampoco a las selvas del Vichada. “Las cosas
llegan a su tiempo”, es como se explica todos los años que pasaron sin asomarse
a esta región. Y cada idea falsa que alguna vez germinó en su cabeza sobre ella
se fue derrumbando a medida que avanzaba la travesía. Cada lugar en el que
paraban, en Puerto Gaitán, en Puerto Arimena, en Puerto Machete, en Guacacias,
en Santa Rosalía, en Nueva Antioquia, La Venturosa, en Puerto Carreño, en
Cachicamo, cuando llegaron a territorio de los piaroa, en cada lugar descubrió
que los llanos eran otra cosa, que la selva era otra cosa. El calor, siempre
aplastándoles la tranquilidad, se quedó en su memoria para siempre. Y las aves,
de tantas especies, que siempre revoloteaban en el cielo tan inmenso como el
llano. “Me sorprendieron los colores del río Orinoco”, añade a la lista de
cosas que más recuerda del viaje.
La idea de Etnollano es
producir un material documental que permita abrir espacios de diálogo en torno
a las diferentes visiones que se tiene de los territorios y del futuro de la
Orinoquia. Cada dos años repetirán la misma travesía. Todo está cambiando tan
rápido para todos que Antonio sabe que es necesario atrapar de alguna forma esa
dinámica para ayudar a las autoridades indígenas, los alcaldes y los
gobernadores y al Gobierno Nacional a tomar las mejores decisiones.