D El espectador.
Al cruzar el límite, el orden de lo social parece alterarse.
Aquí percepciones desde las historias inmortalizadas por la literatura.
Se ha comparado muchas
veces la amistad con el amor, en ocasiones como pasiones complementarias y en
otras, las más, como opuestas. Si se omite el elemento carnal, físico, los
parecidos entre amor y amistad son obvios. Ambos son afectos elegidos
libremente, no impuestos por la ley o la costumbre, y ambos son relaciones
interpersonales”, afirma Octavio Paz en La llama doble, un libro que si bien
escribió durante dos meses, tuvo una construcción previa que se remonta a su
adolescencia, cuando leía comedias, tragedias, novelas y poemas. Esas lecturas
—dice— alimentaron sus reflexiones e iluminaron sus experiencias.
Foto Archivo. |
El nobel de Literatura
mexicano explica en su ensayo que para hablar de ambos sentimientos debe
hacerse una primera diferenciación: es posible estar enamorado de una persona
que no corresponda a ese amor, pero no es posible una amistad sin reciprocidad.
Y a diferencia del amor, la amistad no nace de “la vista”, sino de la afinidad
de ideas, de sentimientos o inclinaciones. El sentimiento parece más complejo e
incluso más profundo.
En esa discusión
también hay que tener en cuenta que cuando surge el amor, todo es sorpresa,
“(es) el descubrimiento de otra persona a la que nada nos une excepto una
indefinible atracción física y espiritual”. Pero hace una diferenciación mucho
más concreta: el amor es instantáneo porque surge de un flechazo, en cambio la
amistad nace a partir del intercambio frecuente y prolongado. Es decir,
requiere tiempo.
Sin embargo, a pesar de
las diferencias, entre ambos sentimientos hay una delgada frontera que en
muchos casos se desdibuja. Cuando se cruza el límite parece existir una ruptura
del orden social, como lo puntualiza Paz.
Así ha sucedido con
diversas historias que han quedado inmortalizadas en la literatura. A pesar de
que en muchos casos los papeles de conquistador-conquista parecen estar muy
claros desde un principio, en el desarrollo de las historias pueden
transformarse.
Por ejemplo, en Hombre
lento, de J.M. Coetzee, el fotógrafo Paul Rayment establece una relación
cercana con Marijana, la enfermera croata que se dedica a cuidarlo en el
momento en que él pierde una pierna en un accidente en bicicleta. El
protagonista le ofrece su amistad, pero al enamorarse, se aventura a recorrer
un camino incierto. Su objetivo consistirá en conquistar a aquella mujer como
última esperanza de vida. Algo distinto ocurre entre Vania y Natasha en
Humillados y ofendidos, de Dostoievski. Ella decide renunciar a estar junto a
Vania tras fugarse con Aliosha, el hijo de un príncipe. Aun así, el joven
derrotado no deja de brindarles su respaldo a ella y a su familia, sin importar
las afrentas que deba recibir pese a que Natasha haya optado por alejarse de su
lado.
Octavio Paz, en su
análisis, le pregunta a Montaigne sobre la pertinencia de la unión entre
amistad y amor. El escritor renacentista, si bien considera que esa unión sería
deseable, cree que es improcedente: “Aparte de ser una unión para toda la vida,
el matrimonio es el teatro de tantos y
tan diversos intereses y pasiones que la amistad no tiene cabida en él”. Paz,
por el contrario, se resiste a incurrir en anacronismos y le responde que las
relaciones formales modernas ya no son indisolubles: “La amistad entre los
esposos —un hecho que comprobamos todos los días— es uno de los rasgos que
redimen el vínculo matrimonial”.
A pesar de las
diferencias y similitudes, el amor como la amistad se reclama actualmente como
pasiones complementarias. “El amor es trágico y la amistad es una respuesta a
la tragedia”, concluye Paz.