La risaraldense Diana
Sierra es la creadora de Be Girl, una marca que fabrica calzones y toallas
reutilizables para que las niñas enfrenten este periodo con dignidad. Una de
cada 10 faltan a la escuela en ese continente por no tener productos de
higiene.
A Diana Sierra le llegó la
menstruación cuando tenía 12 años. Antes de esa edad los días se le pasaban en
excursiones con sus amigos por el campo de Santuario, Risaralda. Se reunía con
niños de fincas cercanas y bajaban por el río en neumáticos, montaban en
bicicleta hasta el balneario y paraban en las moliendas de caña de azúcar para
pedir “blanqueado” (un dulce derivado de la panela). Pero cuando le llegó la
menstruación las palabras de su mamá le cayeron como un baldado de agua fría:
“Es que ya eres una señorita, ya no eres una niña”.
“No quería tener mi
período, quería seguir montando bicicleta por la vereda Colosal. Pero el “ya
eres una señorita” viene con un luto forzado que nos obligó, a mí y a muchas
niñas, a enterrar una niñez en la que éramos invencibles, autosuficientes y
soñadoras, por una vida en la que somos frágiles y restringidas no sólo física
sino culturalmente”, cuenta Diana Sierra, creadora en 2014 de la marca Be Girl,
dedicada a ofrecer productos menstruales y reutilizables a niñas en 13 países
de África y el mundo.
De ahí en adelante
empezó con el silencioso derroche de comprar productos higiénicos y ser parte
de esa porción de mujeres en edad fértil que, a lo largo de su vida, vierten
sobre el planeta más de 16.000 productos desechables que pueden ser toallas
higiénicas o tampones. En Estados Unidos, por ejemplo, se ha calculado que 20
mil millones de productos menstruales van a parar a los basureros. Para ponerlo
en perspectiva, cada una de los 73 millones de mujeres que menstrúan en Estados
Unidos arrojará 125 a 150 kilogramos de productos a lo largo de su vida. Es
decir, lo equivalente a tres colchones tamaño king. Eso, sin contar el costo
ambiental que arrastran estos residuos, pues sólo las toallas higiénicas se
demoran entre 500 y 800 años en descomponerse en el medioambiente, dependiendo
de sus materiales.
Sierra se ganó una beca
para estudiar diseño industrial en la U. de los Andes. Una vez terminó su
carrera dedicó sus siguientes 10 años a trabajar en el diseño de productos para
Panasonic, Nike y LG. Pero se dio cuenta de que estaba diseñando para el
cliente equivocado cuando empezó a hacer su maestría en la Universidad de
Columbia, Nueva York. Cuenta que estaba diseñando para el 10 % de las personas
que pueden pagar por estas cosas. Pero el 90 % restante no era visto como buen
mercado.
“Vi una clase de
estufas donde se evita que niños mueran por neumonía y yo haciendo limpiadores
faciales y masajeadores para las arrugas”, cuenta Diana, con una voz suave y
nítida, mientras rasga sus ojos de la risa. Decidió, entonces, irse a África
hacia el 2012, en un impulso por cambiar su vida.
Llegó a Barara, una
zona rural de Uganda, donde sólo tenía agua tres veces a la semana, seis horas
de luz diaria y su dieta era a punta de fríjol, piña y maní. Empezó a trabajar
con 45 artesanas y 4 hombres que tenían sida, porque no podían trabajar al sol,
en una cooperativa que se llamaba Ekyroto (sueños, en quiña ruanda).
El trabajo de ellas,
antes de su llegada, consistía en hacer collares y carteras. Sin embargo, a los
ojos de Diana, todos los productos iban por la misma gama de marrones. Eran
insulsos y feos. Ensayando con técnicas más coloridas como las chaquiras surgió
una licitación para hacer una colección llamada “The Promise”, con la
prestigiosa multinacional norteamericana de ropa Tommy Hilfiger. Desde ese
momento empezó a viajar entre Uganda, Ruanda y Kenia en trayectos de 24 horas
por bus cada tres semanas para coordinar la producción de cada país.
Mientras trabajaba con
la comunidad y entre, canastos, accesorios y ropa, empezaron a llegarle un montón
de niñas, entre los 11 y los 15 años, que buscaban trabajar en la cooperativa.
Averiguó por qué estas niñas permanecían de brazos cruzados y descubrió que la
menstruación era un problema para ellas, sobre todo las que vivían en zonas
rurales.
Según sus
investigaciones, el 40 % de las niñas en el mundo no tienen acceso a productos
sanitarios cuando menstrúan. Eso significaba que las niñas perdían una semana
de clases cada mes. El cálculo era doloroso: una cuarta parte del año escolar,
si se juntaran los días. “Entonces los padres piensan que la niña no rinde y la
sacan. Las matrículas son caras, el machismo es brutal y se las llevan a
trabajar a la finca”, comenta Diana. (Te puede interesar: "12 datos que
quizás no sabe sobre la menstruación")
Hoy, aproximadamente
250 millones de niñas, están en pobreza total y “se sienten aprisionadas en su
cuerpo, desertan del colegio, son más vulnerables al matrimonio temprano y
tienen más complicaciones en salud”, sostiene Diana Sierra. De todas las
mujeres que viven actualmente por debajo de US$2 al día casi una cuarta parte
son colegialas en edad menstrual.
Según la Unicef, más de
140 millones de niñas se casarán entre 2011 y 2020, y son más propensas a la
violencia de su pareja y al abuso sexual que las que se casan más tarde. Sumado
a todo, la causa principal de muerte en las mujeres jóvenes, de los 15 a los 19
años, es debido a complicaciones en su parto.
En África, una de cada
10 niñas falta a la escuela mes a mes. El 70 % de las niñas en la India no han
oído hablar de la menstruación antes de tenerla y cuatro de cada cinco en el
este de África no tienen acceso a las toallas sanitarias y mucho menos a
educación para su salud. En Nepal, algunas familias rurales todavía siguen una
antigua tradición llamada chaupadi, que consiste en desterrar a las mujeres en
casetas apartadas cuando tienen su período.
Entonces, inspirándose
en el recursivo McGiver, decidió crear el primer prototipo de toalla higiénica
con tela de sombrilla y un mosquitero que tiene una durabilidad de un año.
Normalmente -cuenta Sierra- se meten trapos entre los pantalones. Eso les
permite recoger el flujo, pero es inseguro y terminan manchando la ropa.
Incluso, hay muchos lugares donde las niñas ni siquiera tienen calzones, por
ejemplo la parte sur de Etiopía, que colinda con Somalia o el norte de
Tanzania, que limita con Kenia.
El mecanismo de la
toalla es muy sencillo y funciona con un bolsillo de malla que se sella y se
amarra a la parte inferior del calzón. Allí se pueden insertar piezas de tela,
papel higiénico, algodón o trapos para absorber el flujo. Después Sierra creó
el calzón que viene en tonos fuertes, coloridos y de encajes seductores. Estos,
más seguros y fijos, tienen una durabilidad de dos años y funcionan bajo el
mismo principios que las toallas sanitarias. Los materiales que van adentro del
bolsillo se botan y se cambian, y los productos Be Girl se lavan y se
reutilizan.
A principios de 2014
terminó de hacer los pilotos en África. Cuando empezó a tabular las respuestas
de las niñas frente a lo que les gustaba y lo que les cambiaría decidió que se
dedicaría a eso toda su vida. Una respuesta de una niña en Tanzania le abrió
los ojos. Decía: “Alguien en alguna parte está pensado en mí y me quiere. Me
siento orgullosa de ser niña (be girl, en inglés)”.
Desde ese instante
decidió emprender con la ayuda de Pablo Freund, un ecuatoriano que conoció en
la Universidad de Columbia y, desde ahí, llamó a su empresa Be Girl. “Nunca
había vendido nada en mi vida, salvo aguacates en la iglesia”, explota en risas
Diana. El proyecto lo llevó a Uganda, Malawi, Ruanda y Tanzania, y en mayo de
2014 la Fundación Futura en Suiza decidió invertir con un capital semilla para
la operación y la obtención de la patente en 2015.
Surgió el “empower
bank” o banco de calzones. Quiere decir que “te pones uno y le das otro a
alguien que lo necesita”, explicó Sierra. Donar uno cuesta $12 US y comprar los
dos vale $25 US. Hasta ahora, 15.000 calzones han sido entregados en varios
países entre ellos: Uganda, Malawi, Tanzania, Ruanda, Malí, Jordania,
Marruecos, Georgia, República Dominicana, Ghana, Sierra Leone, Islas Salomón y
Estados Unidos.
Pero en Colombia
entender los procesos del cambio biológico de la menstruación en sus ciclos
diarios y la afectación de la participación de la mujer en procesos productivos
dentro de sus comunidades es un tema que no se ha estudiado a profundidad.
Parte del problema es que se asocia con un tema sucio o penoso. “Hace rato boté
la vergüenza por la ventana. Cuando les habló a los inversores hombres les digo
que se agarren de la silla porque vamos a hablar de menstruación”. (Lee:
"Donald Trump se niega a disculparse por sus ofensas a presentadora Megyn
Kelly")
Porque, en efecto,
tener la menstruación se ha convertido en una pena. Como retrató la revista
Newsweek en uno de sus reportajes del mes pasado, “en público, la gente habla
de períodos tan a menudo como discuten de diarrea. Las mujeres esconden
tampones o toallas en las mangas de su ropa cuando van en su camino hacia el
baño para que nadie sabe que es su “momento del mes”, dejan manchas de sangre
en su ropa, se pegan fajos de papel higiénico en su ropa interior cuando están
atrapadas sin suministros. Y mientras tanto, las campañas publicitarias buscan
desinfectar este sangriento desorden con escenas de líquidos de color azul
claro que fluyen como cascada sobre almohadillas blancas al mismo tiempo que
las mujeres se divierten en pantalones blancos ajustados”.
Esa no es la
menstruación. Además de ser uno de los problemas más ignorados en el mundo,
afecta la educación, la economía, el medioambiente y la salud pública de las
personas. O si no, ¿cuántas mujeres saben lo que contiene un tampón que dura en
sus vaginas por más de 100.000 horas de su vida?
*Diana volverá a
Colombia en junio para participar como mentora del Un razonable Lab Colombia
que se realizará en Cartagena. Este es un programa de hiperaceleración global
diseñado para emprendedores sociales en etapa temprana. Si necesita más
información consulte aquí:
http://unreasonableinstitute.org/accelerator/colombia-2016-espanol.