Javier Antonio Calle
Serna, “Comba”, se entregó a la DEA en mayo de 2012. Cuatro años después se
conoció un documento en el que el capo dejó escrita su memoria criminal.
D Redacción Judicial de el Espectador.
El 4 de mayo de 2012,
luego de que fracasara su intento de entregarse a las autoridades de Colombia,
el narcotraficante Javier Antonio Calle Serna lo hizo a la DEA. Desde entonces
está preso en una cárcel de Estados Unidos, seguramente revelando sus secretos
de más de tres décadas dedicado al ilícito negocio. Con una particularidad
frente a otros mafiosos colombianos: ascendió gracias a su osadía para el
sicariato. Saliendo de la adolescencia ya lo ejercía con destreza. Muchos
hechos de violencia en el cartel del norte del Valle fueron obra suya directa.
Apenas ahora se sabe que llegó hasta capo jalando el gatillo.
Aunque dejó de andar en
el mundo del hampa hace cuatro años, circula por estos días entre las
autoridades judiciales un texto estremecedor: sus memorias, escritas para dejar
registro personal de sus andanzas y sus relaciones con los grandes capos del
narcotráfico. Una historia que empieza en el Putumayo, donde nació en febrero
de 1969. Su infancia transcurrió entre el valle del Guamuez y la ciudad de
Cali, huyéndole a la pobreza, al alcoholismo de su padre o al acoso de la
guerrilla que exigía a las familias campesinas entregar a sus hijos para la
guerra.
Hacia 1982, como ya lo
hacían muchas familias del Putumayo, cuando su padre empezaba a sembrar
pequeños cultivos de coca, él fue aprendiendo del tema y pronto, con el
objetivo de enviar dinero a su madre y hermanos en Cali, trabajó limpiando
potreros o fumigando la hoja de coca desde las seis de la mañana hasta que caía
la tarde. Por eso, antes de sus 18 años, Javier Antonio Calle ya cumplía
oficios en un laboratorio de coca. Con el paso de los días llegó a la bocana
del río azul, en la frontera con Ecuador, donde tenían sus laboratorios Pablo
Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha, Leonidas Vargas o Fidel Castaño.
Entre mafiosos aprendió
a disparar porque en la zona semanalmente había combates con la guerrilla. Sin
embargo, recalca en sus memorias, si la pelea era fuerte, siempre pedían el
apoyo de 22 hombres que habían sido entrenados por el mercenario israelí Yahir
Klein. De todos modos, además de cuidar los laboratorios, su misión también era
apoyar a los Macetos urbanos en su guerra contra las Farc. En esas vueltas se
mantuvo hasta 1990, cuando viajó brevemente a Bogotá, para instalarse después
en Cali, donde pronto adquirió fama como “cobrador”, es decir, los ajustes de
cuentas de la mafia.
En 1991, en Cali, lo primero
que hizo fue comprarse una pistola y legalizarla en la Tercera Brigada del
Ejército. Entonces, junto al Gato y Jota Jota empezó a matar por encargo. Su
jefe directo era Negro 20. A Calle lo llamaban Garabato porque algunos sabían
de su pasado en el Putumayo, pero él prefería que le dijeran Combatiente, como
lo bautizó un policía del F2 que andaba con Negro 20 . Hasta 1993 se movió en
Cali apretando el gatillo y haciendo limpieza en los barrios, es decir, matando
en Siloé o Aguablanca con el apoyo de policías.
A mediados de 1993, un
día Negro 20 organizó un partido de fútbol en una de sus fincas y conoció a
Wílber Varela, alias Jabón, jefe de seguridad del máximo capo del cartel del
norte del Valle, Orlando Henao. Desde ese día Varela lo fichó para su nómina de
sicarios. Cuando se alejó del todo de Negro 20 ya era un experto gatillero, con
acciones que detalló en sus memorias. En resumen, ya era un asesino a sangre
fría. Quizá por eso Varela y Henao lo incluyeron en una operación para apoyar a
su socio Arturo Herrera, alias Banana, atacando a unos supuestos guerrilleros
extorsionistas.
La acción se desarrolló
el 5 de octubre de 1993 en Riofrío (Valle). Ese día murieron 13 personas, pero
mandos del Ejército la presentaron como parte de la operación “Destructor”
contra milicianos del Eln. Con el paso de los días, el expediente se convirtió
en un caso emblemático de violación de derechos humanos y algunos militares
fueron procesados, pero sin condenas. Ahora se sabe, como lo sospechó la
justicia, que fue una masacre para ayudarles a los narcos. La principal testigo
fue una mujer de edad a quien Calle Serna salvó exigiéndole que se escondiera
debajo de una cama.
En los meses
posteriores siguió en su oficio de sicario, pero hacia 1995, por orden de
Orlando Henao, empezó también a hacer inteligencia a la organización de los
hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela. Era la época de la persecución
al cartel de Cali, y para Calle fue notorio que Henao tenía un socio clave para
hacer sus negocios: el coronel de la Policía Danilo González. Según Calle, la
información que el oficial recibía del capo del cartel del norte del Valle fue
clave para capturar a los Rodríguez ese mismo año. En medio de esas vueltas se
desató también la guerra entre los dos carteles.
El 5 de marzo de 1996,
cerca del Hotel Intercontinental de Medellín, murió el capo del cartel de Cali
José Santacruz Londoño. En su momento la Policía reivindicó el hecho y su
director, el general Rosso José Serrano, lo atribuyó a una operación de inteligencia
desarrollada desde que el capo se escapó de La Picota 53 días antes. Javier
Calle dejó escrita otra versión. La muerte de Santacruz fue coordinada por el
coronel Danilo González con los paramilitares. Con el capo iba alias Guvy, cuyo
cuerpo fue desaparecido. Después se dejó todo a la Policía para que ganará las
felicitaciones.
Dos meses después de la
muerte de Santacruz, Javier Calle participó en uno de los atentados más sonados
en la historia del narcotráfico: el ataque en el restaurante Río D’enero en el
barrio Santa Mónica en Cali, perpetrado el 25 de mayo de 1996, donde murieron
cinco hombres de confianza de los Rodríguez Orejuela y resultó herido William
Rodríguez Abadía, hijo mayor de Miguel Rodríguez. Esta acción incrementó la
violencia entre los carteles, y Javier Calle tuvo que esconderse en fincas de
Orlando Henao en Puerto Boyacá, o en otras que prestó Andrés López, alias
Florecita en Buga.
Lo cierto es que en
medio de los apremios del Proceso 8.000 y las maniobras de los capos por eludir
a la justicia, se multiplicó la guerra mafiosa. En noviembre de 1996, en el
centro comercial Hacienda Santa Bárbara en Bogotá, asesinaron a Efraín
Hernández, alias Don Efra , y un año después en Cali le hicieron un atentado a
Wílber Varela. Su gente rodeó la Clínica de Occidente para protegerlo y
apareció un coronel de la Policía que quería dejarlo sin seguridad para que lo
remataran. En medio del forcejeo fue detenido Luis Enrique Calle, y le
atribuyeron el alias de Combatiente.
Javier Calle Serna
explicó en su documento que desde entonces a su hermano le pusieron su apodo,
alias Comba, y que cuando la Policía entendió su error lo justificó hablando de
los hermanos Comba. Lo cierto es que mientras Varela recobraba su salud en una
finca del Eje Cafetero, se incentivó la guerra, sobre todo cuando se supo que
el atentado contra Varela lo había ordenado Hélmer Pacho Herrera, quien estaba
preso en la cárcel de Palmira. Por eso, hacia agosto de 1998, cuando Varela se
puso en pie, citó a Javier Calle a una finca en Cartago (Valle) para organizar
la muerte de Pacho Herrera.
Aunque Herrera alcanzó
a hacer una reunión en la cárcel para calmar los ánimos a la que acudieron
Tocayo Patiño —hermano medio de Víctor Patiño—, el coronel Danilo González y el
propio Varela, este último ya estaba decidido. Sólo faltaba quién hiciera la
vuelta. Como el verdadero Comba ya era conocido, encontró al sicario perfecto:
su tío Rafael Uribe Serna. Se hizo pasar como abogado, varias veces entró a la
cárcel para ganar confianza, hasta que el 5 de noviembre de 1998, después de un
partido de fútbol, el Tío Loco saludó a Herrera y le metió siete tiros.
Lo que descuadró a
Varela, Calle Serna y demás miembros del cartel del norte del Valle, es que
ocho días después Juan Manuel Herrera, un hermano discapacitado de Pacho
Herrera que estaba preso en La Picota en Bogotá, asesinó a balazos al capo de
capos Orlando Henao. Como los hermanos de Pacho Herrera habían acudido a Carlos
Castaño para que los ayudara en su guerra, Varela se marchó a Venezuela. Entre
tanto, se desataron las venganzas. Antes de concluir 1999, los hermanos de
Herrera estaban muertos o en retirada y Comba se convirtió en uno de los nuevos
capos de Colombia.
Varela regresó al país
hacia el año 2000, ya estaba reactivada la extradición y más de un capo
negociaba sus penas con Estados Unidos a cambio de vender a sus antiguos
socios. En medio de esta maraña de señalamientos y acoso judicial se configuró
el peor momento de la guerra entre mafiosos. Varela, con el apoyo de Diego
Pérez Henao, alias Diego Rastrojo, creó el ejército de los Rastrojos. Su
comandante era Comba. Su principal enemigo nació de las propias entrañas del
cartel: Diego León Montoya, alias Don Diego, quien asociado a los mellizos
Mejía Múnera, creó la banda de los Machos.
La ola de asesinatos
fue inagotable y aún quedan vestigios de esa guerra. En octubre de 2003, según
cuenta Comba, en una finca de Gabriel Puerta Parra, en Puerto Boyacá, se
reunieron varios capos, pero Montoya se negó a conciliar argumentando que Varela
utilizaba al coronel González para echarle la Policía y en la guerra entre
bandidos no era viable utilizar al Gobierno. La violencia se incrementó,
mataron a Tocayo Patiño, atentaron contra Diego Rastrojo y en marzo de 2004 fue
asesinado el coronel Danilo González, quien poco tiempo atrás se había
retirado.
En ese momento, en
medio de la guerra entre Varela y Montoya, o Rastrojos y Machos, se abrió paso
un tercer personaje, el oficial retirado de la Policía Jaime Hernán Pineda,
alias Pispi, quien se puso del lado de Montoya y desde el principio se le
asoció al crimen del coronel González. Mientras los narcotraficantes Chupeta,
Macaco, Monoteto o Eduardo Restrepo hacían esfuerzos por parar la barbarie,
Varela puso como condición la cabeza de Pispi. Al final los demás capos
accedieron y el capo y jefe paramilitar Carlos Mario Jiménez, alias Macaco,
cuadró la vuelta que se hizo en México.
Con Pispi fuera de
combate, y la Policía encima de Diego Montoya y sus socios, el año 2006 arrancó
despejado para Varela y Comba. Entonces, el 22 de mayo, ocurrió un episodio
que, según Comba, selló la suerte de su enemigo. Montoya estuvo detrás del
asesinato de 10 investigadores de la Dijín y un informante, en un supuesto
operativo del Ejército. El 10 de septiembre de 2007, en Zarzal (Valle), fue
capturado Don Diego. Por esa época el gobierno de Álvaro Uribe extraditaba
narcotraficantes a diestra y siniestra, y la mayoría huyeron a Venezuela. Entre
ellos Varela, Diego Rastrojo y Comba.
En Colombia la pelea
quedó entre Macaco y el Loco Barrera. El primero con apoyo paramilitar y
obsesionado por entregarle el control de Cúcuta a Comba. El segundo, con
tentáculos hasta Argentina. Entre las intrigas del poder, Comba concluyó que
Varela buscaba su muerte. Entonces se puso de acuerdo con Diego Rastrojo y en
enero de 2008 viajaron hasta Mérida (Venezuela) y asesinaron a Varela. El
relato de Comba es propio de una escena de la película El Padrino. Varela, con
una pistola en la mano, no dejó nunca de mirar a Comba, pero lo mató Diego
Ratrojo con una pistola que Comba le puso en el baño.
De ahí en adelante más
asesinatos, hasta que junto a el Loco Barrera, Cuchillo y Diego Rastrojo, Comba
optó por buscar una salida legal de la guerra. Fue en 2010 cuando “se mandó la
propuesta al presidente Juan Manuel Santos con el venezolano J. J. Rendón” para
someterse a la justicia. Según Comba, su propuesta podía acabar con el 70 % del
narcotráfico en Colombia. Aunque el capo dice que al Gobierno le gustó la
fórmula y que incluso mandó la razón que debía hacerse ligero y con un marco
jurídico claro, a los pocos días empezaron a capturarles gente y se reanudaron
las venganzas en el Valle.
Cuando Comba constató
el desinterés en Colombia por su entrega y que le habían robado US$12 millones que “se le pasaron a J. J.
Rendón”, optó por acercarse a la DEA. A partir de septiembre de 2011,
cuando su hermano Luis Enrique Calle entró en contacto con la justicia
norteamericana, según Comba, “canceló todas sus operaciones militares e hizo la
paz con los Urabeños”. Con el apoyo de su gente, el 4 de mayo de 2012 se fue
con sus verdades a una cárcel de Estados Unidos. Ya no era el humilde raspachín
del Putumayo, sino todo un capo que seguramente no pagará en Colombia un solo
día de cárcel por toda la muerte que dejó a su paso.
Texto y foto del Espectador.