Columnista: Juan Lozano
Fecha:
22 de Marzo de 2016.
De cara al 23 de marzo
se doblaron los cultivos de coca, que son el motor de la violencia.
Mientras el país seguía
lamiéndose las heridas tras la sucesión de muendas que han venido desde La
Haya, y se comprendía que es casi imposible cumplir la fecha tantas veces
cacareada por Juan Manuel Santos del 23 de marzo para firmar el acuerdo con las
Farc, pasó bastante inadvertido que esta semana la Casa Blanca confirmó que
entre el 2013 y el 2015 se habían casi doblado las hectáreas de coca, al
aumentar de 80.500 a 159.000, como bien lo documenta la revista ‘Semana’.
Ese es el más potente,
letal y contundente de los motores de la muerte en Colombia. Ese ha sido el
combustible de siniestros carteles de droga, de guerrillas sanguinarias, de
‘bacrim’ asesinas y paramilitares salvajes. Ese ha sido el nutriente de
financiación de los genocidios, masacres, atentados y actos terroristas que han
estremecido nuestro país hasta la entraña.
Lo que verdaderamente
cambió la naturaleza del conflicto en Colombia fue el advenimiento maldito de
los cultivos ilícitos y el narcotráfico que han financiado los más bárbaros
episodios de la guerra nacional y que activaron las trincheras del terrorismo desde
las cuales se atenta contra la vida, la integridad, los bienes y los derechos
de los colombianos.
Y aunque en Cuba se ha
malnegociado y subsisten corchetes sobre el punto del acuerdo marco relativo a
los cultivos ilícitos en medio de sonora palabrería, lo cierto es que mientras
pulen incisos y parágrafos, mientras ponen puntos y quitan comas, mientras
escogen verbos y adjetivos, mientras por la vía de la conexidad con el delito
político extienden cheques en blanco que estimulan este flagelo, mientras les
hacen regalos a los jíbaros y expendedores, la máquina de la muerte redobló su
potencia, duplicó su capacidad y consolidó su tenebrosa presencia en el
territorio nacional.
Con desdén, a medida
que se advertía la evidencia reportada desde muchos rincones de Colombia sobre
el escalofriante incremento de los cultivos ilícitos en nuestro territorio, el
retorno de la amapola y el fracaso estrepitoso del Gobierno en este frente, el
mismo Gobierno pretendía acallar o minimizar las denuncias, sin advertir que el
más poderoso y canalla de los enemigos de la paz es el narcotráfico.
Ya lo había advertido
la ONU al señalar que habíamos regresado a la cúspide del oprobioso top de
cultivos ilícitos en el mundo, al tiempo que la misma Junta Internacional de Fiscalización
de Estupefacientes advertía la presencia de estos cultivos en Nariño, Cauca,
Putumayo, Caquetá, Norte de Santander y Guaviare, entre otros territorios.
Y es que no puede
recibirse esta información como un dato aislado de la negociación de paz y del
deterioro de la seguridad en Colombia. Poco o nada habremos logrado si se firma
un acuerdo con unos cabecillas de la guerrilla, receptores de generosos
beneficios jurídicos, sin que se destruyan cultivos, laboratorios, pistas,
puertos, aeronaves, submarinos y redes narcotraficantes e incluso
microtraficantes construidas, surtidas o patrocinadas desde los frentes
guerrilleros que hoy, según informes de inteligencia revelados al público, se
codean incluso con el brutal cartel de Sinaloa y organizaciones del terrorismo
internacional.
Que el Gobierno siga
estático ante este fenómeno, con acuerdo en Cuba o sin él, es tapizar un camino
de violencia perpetua que con piel de ‘farcrim’ sangrienta y multimillonaria se
devorará cualquier acuerdo que pueda alcanzarse en Cuba. Evitarlo tiene que
convertirse en prioridad para los negociadores, para el Gobierno y para el
país.
Lo de la Corte
Internacional era predecible. En cambio, esta cifra estremecedora sobre
cultivos ilícitos revelada por la Casa Blanca desbordó hasta el más pesimista
de los pronósticos en esa dolorosa semana pasada, en la que sentimos, como
nunca antes, descuadernado el país y amenazada nuestra soberanía en el Caribe…
y en el resto del territorio nacional.