En la zona veredal de
La Guajira, en Mesetas (Meta), se está avanzando en la construcción de la sede
del Mecanismo de Monitoreo y Verificación.
Misión ONU Colombia
Julián Suárez es uno de
los convencidos de que si el Mono Jojoy no hubiera empuñado las armas, el país
jamás habría sabido de él y a lo mejor se habría muerto de diabetes, abandonado
en una finca alejada en el campo, esperando a que el sistema de salud lo
atendiera.
Paradójicamente, ahora
el destino enfrenta a Suárez y a sus hombres a la lentitud característica del
Estado en las zonas rurales que tanto criticaron portando un fusil. Cuando
tenía 18 años, el mismo Jorge Briceño se encargó de reclutarlo en algún lugar
de Cundinamarca, y aunque acepta que no fue por convicción que se unió a las
Farc, no se arrepiente de haberlo hecho, porque, según él, la organización le
dio la oportunidad de capacitarse que siendo civil no habría conseguido.
El 22 de septiembre de
2010, durante el bombardeo en el que cayó Víctor Julio Suárez, su tío, Julián
estaba a su lado, y aún hoy no se explica cómo hizo para sobrevivir a la
intensidad del ataque.
“Estaba a 40 metros de
donde él murió. Por supuesto, recibí el impacto de las bombas; no sé cómo estoy
vivo. El impacto me rompió los tímpanos y salí con quemaduras en la espalda”,
recuerda, y añade que días antes de su muerte el Mono Jojoy predijo que con
Santos se podría llegar a firmar un pacto de paz.
“Pero, más que ser
sobrino, siempre lo sentí como mi comandante, él como mando y yo subordinado.
Ser familiar no se siente en la organización porque no hay preferencias, la
disciplina para todos es igual. Creo que a uno por ser familia le toca
esforzarse más”, dice.
A sus 35 años, tiene un
inocultable acento campesino y su discurso es pausado, seguro. Es bajo, delgado
y mira de frente, a los ojos, a su interlocutor. Su boina está adornada con un
broche del Che Guevara y es el encargado de recibir a quienes visitan el punto
de preagrupamiento temporal (PPT) que Gobierno y Farc dispusieron en
Buenavista, a más de una hora por trocha desde Mesetas (Meta).
Unas 15 carpas
levantadas con plásticos, un rancho más grande para reuniones y las banderas de
las Farc, del Partido Comunista Clandestino y otra blanca dominan el panorama
de este punto de preagrupamiento temporal.
Cuando se instale la
zona veredal, donde se concentrarán para dejar las armas, será uno de los
campamentos más grandes del país, pues hasta allí llegarían unos 720
guerrilleros en armas, provenientes de cinco frentes, más un grupo
indeterminado que está en cárceles del país, pero que se dice que llegaría a
los 300.
Escenario del bloque
Oriental
El viento que baja
desde la cordillera Oriental a esta explanada sopla fuerte y el sol veranero
quema la piel de los 65 subversivos que, armados, permanecen en el sitio donde
lo único que hacen es esperar.
“Vemos ahora unas
colinas muy bonitas, llenas de sol, pero quienes viven aquí saben que esta fue
una zona de mucha violencia, donde muchos hijos fueron reclutados para combatir
y convirtieron estas montañas en áreas inseguras por décadas enteras”, dijo el
ministro alemán de Relaciones Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, a su paso
por aquí hace dos semanas.
Y tiene razón. Esta
zona montañosa fue el corredor que dominaron a su antojo los frentes 26, 40, 53
y 55 y la temible columna Urías Rondón, que se volvieron tristemente célebres
por tener a los mejores explosivistas. Sus enfrentamientos con la Fuerza de
Despliegue Rápido y luego con la Fuerza de Tarea Conjunta Omega dejaron bajas
de lado y lado.
Hacia 2009, luego de
que el Ejército cerrara el paso al avance guerrillero hacia Sumapaz, estos
frentes decidieron buscar fuentes de financiación a través de la extorsión. Los
habitantes se acostumbraron a ver los helicópteros revolotear sobre sus cabezas
y al zumbido de las balas.
Ahora, el tedio en el
campamento de preconcentración lo mitigan en una improvisada cancha de fútbol
que construyeron los subversivos. Sin embargo, sus temores son diferentes,
porque a medida que pasa el tiempo sin definir su paso a la zona veredal, se
les acaban los recursos para permanecer allí, dice Suárez.
“Sabemos que la implementación
es difícil, pero todos tenemos que ceñirnos al Acuerdo. Si todos cumplimos lo
que nos corresponde, todo fluirá más fácil y con menos inconvenientes. Ahorita
esto parece una operación tortuga”, afirma.
Como uno de los jefes
de este campamento, a él le preocupa que la logística para la manutención de
sus hombres no llegue a tiempo o se presenten problemas graves de salud entre
la tropa.
Admite que las primeras
dos semanas de estadía allí se sostuvieron con los dineros propios de la
organización, pero ahora se sienten desprotegidos en materia de atención en
salud. Le preocupan dos niños, hijos de guerrilleros, que podrían enfermarse en
cualquier momento.
A comienzos de año, una
de las mujeres que vive en el PPT enfermó, pero corrió con suerte porque tenía
cédula y lograron atenderla en un puesto de salud en Mesetas. No obstante, el
98 % de quienes están aquí no tienen documento de identidad.
“Cuando uno estaba en
guerra le daban sus botas, su vestuario y su comida; había un médico o un
enfermero, pero en esta zona si alguien se enferma debe ir hasta el campamento
del Mecanismo de Monitoreo y Verificación (MMV), pero parece que allí tampoco
están preparados”, dice Suárez.
Un nuevo plazo
La Guajira, sede del
MMV, queda a media hora caminando desde el campamento de preagrupamiento (1
km). Hasta allí fue el presidente Juan Manuel Santos el 5 de enero y una semana
después la visitó el ministro alemán Steinmeier, por ser el campamento más
avanzado del país. Pero aun así los subversivos se quejan por el atraso de las
obras.
“Todos saben que hace
mucho tiempo abandonamos las formas ilícitas de financiamiento. En estos
momentos plata ya no hay y nos preocupa que la situación se agrave, que no haya
abastecimiento oportuno y la tropa aguante hambre”, confiesa Julián Suárez,
quien asegura que en ese punto de preagrupamiento nadie maneja recursos
financieros.
Recién llegados, los
alimentos eran abastecidos por las Fuerzas Militares, pero tras un incidente en
otra zona veredal, donde algunos guerrilleros se enfermaron por alimentos en
descomposición, dejaron de consumirlos.
Para los guerrilleros
que permanecen en Buenavista es claro que, una vez lleguen los materiales para
la construcción de los campamentos que estarán dentro de la zona veredal, ellos
avanzarán rápido, pues se han dispuesto 200 hombres y mujeres para que trabajen
en tres turnos diarios, con la asesoría técnica que ha prometido el Gobierno.
Sin embargo, la
maquinaria del Ejército apenas está adecuando las vías de acceso, requisito
indispensable para que puedan transitar por allí los camiones que llevarán la
logística de los campamentos.
“Tenemos la fuerza de
trabajo para agilizar, pero no podemos seguir en esta marcha tortuga porque los
tiempos corren y las partes deben cumplir sus compromisos”.
Aunque ven con
optimismo que se haya fijado el 31 de enero como fecha definitiva para que
todas las unidades guerrilleras estén en las 19 zonas veredales y siete puntos
transitorios ubicados en todo el país, al sobrino del Mono Jojoy no le parece
conveniente que se sigan alargando los plazos para cada etapa.
“Pienso que uno de los
principales errores del proceso ha sido estarle poniendo fecha a todo, y más
cuando ha faltado de la contraparte (el Gobierno) responsabilidad para cumplir
con los plazos. Lo que hemos dicho es que necesariamente tiene que haber las
condiciones en las zonas veredales para que lleguen los guerrilleros, y hasta
el momento está crudo”, advierte el vocero de esta zona de preagrupamiento.
Entre tanto, además de
jugar fútbol, los guerrilleros salen de la monotonía participando en un
programa interno de reencuentro con los familiares, de tal forma que puedan
reconstruir las relaciones con sus seres queridos, al menos a los que están
cerca de esta zona que por décadas controló el temido bloque Oriental del Mono
Jojoy.
Otro campamento sí
avanza
Curiosamente, a unos 25
minutos de allí en carro, el fortín que albergará a los guerrilleros que saldrán
indultados de las cárceles se construye de manera acelerada desde el 20 de
diciembre. Unos 70 obreros tienen listas las zonas sociales del campamento y
sólo falta el área habitacional donde dormirán. Todos los trabajadores
pertenecen a la región, lo cual le ha dado una dinámica económica a esta parte
del Meta, pues hay dinero circulante, ya no producto de cultivos ilícitos.
Los encargados
aseguraron que no está permitido hacer fotos ni imágenes, y pese a ser una
construcción para exponer por su magnitud y su avance, el presidente no la
mostró en su visita a la zona y tampoco la vio el ministro alemán.
Las estructuras se
levantan en madera sobre un lote de cinco hectáreas. Al momento de la visita de
Colombia 2020 ya estaban terminadas las plantas de tratamiento de agua, las
cocinas, el puesto de salud y las aulas. Por lluvias, que afectaron las vías de
acceso, las obras presentaban un retraso de seis días, pero marchaba dentro del
cronograma.
Las obras son
financiadas con dineros del Fondo de Programas Especiales para la Paz
(Fondopaz), creado por la Presidencia de la República especialmente para este
proceso.
Julián no da mayores
explicaciones sobre por qué las obras del campamento para los insurgentes
indultados avanzan más rápido que las del lugar para los guerrilleros en armas.
Lo que al final termina admitiendo es que, además de ser conocido por ser
sobrino del Mono Jojoy, su fama trascendió en las filas por su relación con
Alexandra Nariño, más conocida por su nombre de pila, Tanja Nijmeijer.
Dice que las
responsabilidades que ambos asumieron dentro de la organización hicieron que
Julián y la holandesa se alejaran.
“Somos muy buenos
amigos, cosechamos una bella amistad. Tenemos comunicación y casi a diario
compartimos ideas. Es una bella mujer, muy inteligente, la aprecio y quiero
mucho”, dijo al final de la visita.