Con la partida de
Chiclets Adams, cuatro plantas cerraron en menos de dos años. Por el TLC con
México, es más rentable producir desde allá y exportar a Colombia.
La semana pasada la
multinacional Mondelez, fabricante en Colombia de los reconocidos productos
Chiclets Adams, Trident, Sparkies, Certs y Bubbaloo, entre otros, anunció el
cierre de su planta de producción en Cali y el despido de 480 empleados. La
noticia cayó como un baldado de agua fría en el sector productivo del Valle del
Cauca, que observa con nostalgia cómo llega a su fin uno de los íconos
empresariales de la región. Mondelez, que tiene casa matriz en Estados Unidos,
afirmó que despachará sus tradicionales productos desde México.
Pero este no ha sido el
único cierre de una planta industrial, ocurrido recientemente. Con este, ya van
cuatro fábricas manufactureras que en apenas dos años han decidido dejar de
producir en Colombia para hacerlo desde otros países.
A mediados de 2013, el
grupo francés Icollantas-Michelin terminó su actividad industrial en Chusacá
(Cundinamarca) y en Cali. Las dos plantas daban empleo a 460 trabajadores. La
compañía anunció que atendería el mercado colombiano desde el exterior, importando
los neumáticos.
Ese mismo año, la
farmacéutica Bayer decidió trasladar a México y Guatemala la operación de la
fábrica que tenía en Cali, donde se elaboraban los tradicionales medicamentos
Aspirina, Alka-Seltzer y cremas Canesten, que ahora se importan. Con este
cierre se afectaron unas 100 personas. Cabe decir que Bayer mantiene su planta
en Soledad (Atlántico) dedicada a productos fitosanitarios.
A finales de 2014, la
mala noticia llegó por cuenta de la Compañía Colombiana Automotriz (CCA) que
cerró su planta en Bogotá, donde ensamblaba los vehículos Mazda. Quedaron
cesantes 500 personas mientras la empresa anunciaba que seguiría abasteciendo
el mercado desde México. En conjunto, entre los cuatro casos anteriores se han
perdido más de 1.500 empleos industriales directos y otro tanto de indirectos.
Para un país como
Colombia, que avanza –como han advertido varios analistas– hacia un proceso
preocupante de desindustrialización, debería ser un campanazo de alerta el
cierre de cualquier fábrica. Según el presidente de la Andi, Bruce Mac Master,
esto debería llamar la atención del gobierno, pues el país no solo debe buscar
atraer la inversión extranjera, sino también cuidar que no se vayan las
empresas que llevan años en el mercado local.
Aunque en un mundo
globalizado resulta normal que las compañías se relocalicen, en busca de
mejores condiciones para competir, lamentablemente para Colombia, en los
anteriores casos no se reubicaron dentro del propio territorio nacional, en el
Caribe por ejemplo, cerca de los puertos. Estas empresas decidieron
sencillamente salir y pasar de ser fabricantes a importadoras, lo cual hace una
gran diferencia, especialmente en materia de puestos de trabajo. No es lo mismo
el empleo que genera una empresa dedicada a la distribución, que el de una
industria manufacturera, que requiere mano de obra más calificada y con
experiencia.
Las estadísticas
muestran cómo el empleo industrial ha venido perdiendo importancia dentro de la
economía. Según Anif, mientras la industria aportaba el 23 % del empleo total
del país hace una década, actualmente solo contribuye con el 13 %.
No deja de ser irónico,
que mientras las noticias dicen que Colombia es una economía muy atractiva y de
las que más crecen en América Latina, industrias que por años han estado
presentes en el país, ahora estén buscando otros horizontes donde producir.
Muchos se preguntan
cómo se explica esto. El asunto es que en las decisiones de cierre, hay una
mezcla de factores, algunos generales y otros particulares. Un factor que
agravó la situación de estas empresas fue el cierre del mercado de Venezuela,
por su crisis económica, y la pérdida paulatina de la dinámica en Ecuador. Este
deterioro en el vecindario ha golpeado las ventas de muchas empresas
manufactureras que habían escogido a Colombia para despachar desde acá al área
andina. Ahora solo queda Perú como mercado, pero no hay tanto comercio con esa
economía.
Algunas empresas, caso
Michelin, se vieron muy afectadas por la revaluación del peso, durante un
tiempo prolongado, lo que favoreció las importaciones que llegaron masivamente
al país y golpearon muy duro la producción local.
Pero en el fondo, hay
una realidad y una razón común que explica por qué esas multinacionales
decidieron cerrar sus puertas en Colombia: el país dejó de ser atractivo para
su inversión. En su determinación se impuso la lógica de los negocios:
localizarse donde se obtiene mayor rentabilidad, hay economías de escala y
ventajas competitivas. Y todo indica que eso está en México.
En el sector productivo
hay preocupación porque Colombia se pueda volver parte de la órbita externa de
México. Con el tratado de libre comercio con ese país, los productos quedaron
libres de aranceles, lo que significa que para una industria manufacturera
podría resultar más favorable, cerrar en el país y despachar sus productos
desde México donde encuentran economías de escala y menores costos, en todo
sentido.
Algunos analistas creen
que México se está convirtiendo en una amenaza para la industria colombiana.
Para María Eugenia Lloreda, directora de Invest Pacific, una agencia que
promueve las inversiones en el Valle del Cauca, esto es “debido a sus
monstruosas fortalezas de economía de escala; sus menores costos de producción,
logísticos y laborales”. Eso explica por qué en el caso de Mondelez, Michelin y
Bayer, si bien mantienen en Colombia la cadena de comercialización, han
traspasado la producción que tenían en Colombia a sus plantas existentes en
México o Centroamérica para manufacturar los productos y abastecer desde allí
la región.
El dedo en la llaga
Para el gobierno es
lamentable que estas multinacionales se hayan retirado del país pero dice que
no hay que generalizar. El ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, afirma que
cada decisión que toma una empresa tiene su propia lógica y explicación. “Así
como se cierran plantas, se abren otras”, señala. Además, anota que Colombia es
líder en la región para facilitar los negocios, según el Doing Business,
estudio del Banco Mundial. Y considera que uno de los mayores atractivos de
Colombia es su macroeconomía estable, bien manejada y con perspectivas muy
positivas.
Sin embargo, el
ministro reconoce la dura realidad y es que la carga tributaria de Colombia es
alta. Y aquí es, precisamente, donde se pone el dedo en la llaga. El presidente
de la Andi considera que las dos anteriores reformas tributarias son la gota
que rebosó la copa de la competitividad en Colombia. Igual piensa el experto
tributarista Santiago Pardo, quien sostiene que el régimen de impuestos ha
dejado en desventaja a las empresas colombianas frente a las de otros países.
Colombia se abrió al
mundo con la firma de muchos tratados comerciales –los productos entran con
mayor facilidad y hay que competir con ellos– y la legislación tributaria no se
acomodó a esa nueva realidad. Los países también compiten con sus impuestos.
De acuerdo con el Banco
Mundial, Colombia ocupa el puesto 146 en el ranking que mide el atractivo del
sistema tributario, combinando tarifas y facilidades de pago. Sumando todos los
impuestos –nacionales y locales– una empresa paga en Colombia una tasa del 75,4
% sobre la utilidad neta, mientras que en México alcanza el 52 % (ver tabla).
En la región, peor que Colombia solo están Argentina y Bolivia.
Para el presidente de
la Andi, Colombia tiene que tomar rápidamente los correctivos necesarios frente
al régimen tributario para que las empresas no decidan localizarse en otras
partes, donde tienen mayores ventajas. Y esto cobija a todos los sectores.
Según el gremio, la tasa efectiva de tributación, de acuerdo con una encuesta
entre 253 empresas que representan el 18 % del PIB, la industria manufacturera
es la que tiene la mayor carga (77 %), seguida por el sector minero con el 72,2
%. Bruce Mac Master recuerda que una empresa cuando llega a la utilidad final,
para descontar impuesto de renta, Cree o impuesto a la riqueza, ya ha tenido
que restar una cascada de impuestos locales como el predial o el ICA.
Un tema crítico, por
ejemplo, es el sobrecosto tributario que tienen que pagar las empresas por
adquirir bienes de capital, es decir, las máquinas para producir y
modernizarse. Un análisis comparativo entre varios países, hecho por Santiago
Pardo, muestra cómo a un productor colombiano le salen hasta un 34,5 % más
costoso los bienes de capital, frente a un extranjero, todo por el sistema
tributario colombiano.
La preocupación por el
tema tributario se ha vuelto cada vez más evidente. Una encuesta realizada por
SEMANA entre 150 compañías (las de mayores ventas) mostró esta realidad. Para
el 91 % de los consultados el Cree (impuesto a las utilidades) ha tenido un efecto
negativo; y para el 100 % el impacto más dañino corre por cuenta del impuesto a
la riqueza (antes patrimonio).
Cabe recordar que el
reciente estudio de la Ocde sobre la economía colombiana señaló que el país
necesita una reforma al sistema tributario que fomente la inversión y el
crecimiento. Al considerar que las tasas del impuesto a la renta de las
empresas son demasiado altas y que el impuesto al patrimonio penaliza aún más
la inversión, recomendó reducir las tasas del impuesto a la renta empresarial.
El presidente de la
SAC, Rafael Mejía, dice que las inversiones agroindustriales se detuvieron en
el país, por muchos factores, entre ellos las dos anteriores reformas
tributarias. El impuesto a la riqueza ha sido un desestímulo, porque hay
proyectos que requieren entre tres y cuatro años para entrar en producción,
pero mientras tanto generan un gasto. Es decir, se castiga la inversión que
todavía no es productiva. Desde hace unos cinco años no se hace una inversión
importante en este sector, dice Mejía. Por el contrario, otros países, incluso
Nicaragua, están ofreciendo oportunidades a los extranjeros. De hecho, allá no
solo está el Grupo Aval sino el grupo Mayagüez, que invirtió el año pasado 100
millones de dólares en una compañía azucarera.
El economista Javier
Hoyos considera que, además de la alta tributación que ha influido
significativamente en la pérdida de competitividad, hay otros costos como la
energía que siguen siendo demasiados altos en Colombia. Crecen por encima de la
inflación y el gobierno continúa recargándola, como lo hizo en el Plan de
Desarrollo.
Todos estos factores
hacen que para algunos sea más conveniente cerrar sus plantas en el país, o
para unas empresas colombianas crear nuevas plantas afuera.
Los empresarios esperan
que la misión de expertos que estudia en este momento el tema tributario, con
miras a una próxima reforma estructural, proponga cambios que alivien la carga
para las empresas. Sin embargo, no será fácil. El ministro Cárdenas le dijo a
SEMANA que el gobierno hará todo lo posible para mejorar la competitividad del
sistema tributario, “pero dentro del realismo de la situación fiscal del
país”;esa frase le da una probabilidad muy baja a la expectativa de que este
año se presente una reforma que baje la tributación, pues con la caída del
precio del petróleo, el hueco en las finanzas públicas se ha profundizado. Para
el gobierno, asegurar el recaudo es prioridad número uno en este momento.
Sin embargo, otros
creen que esta es una posición cortoplacista y que estrangular las industrias a
punta de impuestos es como hacerse el haraquiri, pues después se terminará
afectando el recaudo en renta.
Lo cierto es que las
últimas noticias sobre la partida de tradicionales empresas deberían poner al
país a reflexionar sobre la necesidad de buscar atractivos para retener las
industrias existentes, incentivar la reconversión tecnológica de sus factorías
y proteger el empleo, que es en últimas el objetivo al que debe llevar la
prosperidad de la economía.