El exdictador panameño
Manuel Antonio Noriega (1983-1989), quien se hallaba recluido en un hospital
desde marzo tras operarse de un tumor cerebral, falleció la noche del lunes a
los 83 años de edad. (Lea: Los secretos de Noriega)
"Muerte de Manuel
A. Noriega cierra un capítulo de nuestra historia; sus hijas y sus familiares
merecen un sepelio en paz", tuiteó el presidente panameño Juan Carlos
Varela. (Lea: La historia íntima del capo)
El abogado de Noriega,
Ezra Ängel, pidió en tanto "respeto a la intimidad de sus familiares en
estos momentos de dolor".
El exhombre fuerte de
Panamá había sido operado el pasado 7 de marzo de un tumor benigno en el
hospital público Santo Tomás de la capital panameña, pero después de la cirugía
tuvo un sangrado cerebral, por lo que volvió a ser intervenido. Tras dos
operaciones en ocho horas quedó en estado crítico, del que ya no saldría. (Lea:
Manuel Antonio Noriega, exdictador panameño, vuelve a prisión)
Noriega había salido
temporalmente el 28 de enero de la prisión El Renacer, a orillas del Canal de
Panamá, donde cumplía condenas por desapariciones y asesinatos, para operarse.
Según dijo su médico personal, Eduardo Reyes, el tumor había "tenido un
crecimiento no esperado", lo que aceleró la necesidad de una cirugía para
evitar daños al sistema cerebral pese al alto riesgo. (Lea: Noriega llegó
extraditado a Panamá para enfrentar 60 años de cárcel)
Sus familiares habían
solicitado en varias ocasiones que se le concediera arresto domiciliario
definitivo por haber sufrido varios derrames cerebrales, complicaciones
pulmonares, cáncer de próstata y depresión, pero todas las peticiones fueron
rechazadas.
Un camaleón con uniforme
Si algo caracterizó a
Noriega fue su facilidad para tratar con distintos servicios secretos de países
antagónicos, en plena Guerra Fría.
Llegó a estar a sueldo
de la CIA, pero todo iba a cambiar y, de aliado fiel de Estados Unidos, pasó a
ser un enemigo vinculado al narcotráfico.
El expresidente
estadounidense George H. W. Bush (1989-1992), antiguo director de la CIA,
ordenó invadir Panamá el 20 de diciembre de 1989 para capturar a Noriega, en
una operación conocida como "Causa Justa", que oficialmente dejó 500
muertos pero que organizaciones no gubernamentales elevan a varios miles.
Derrocado tras esa
cruenta invasión militar estadounidense, Noriega, que se había refugiado en la
Nunciatura, se entregó el 3 de enero de 1990. Fue condenado en Estados Unidos a
40 años de prisión por narcotráfico y blanqueo de capitales en ese país, aunque
cumplió una pena de casi la mitad por buen comportamiento.
En 2010 fue extraditado
a Francia por lavado de dinero, y en 2011 extraditado a Panamá, donde recibió
tres condenas de 20 años cada una por la desaparición y asesinato en 1985 del
opositor Hugo Spadafora; del militar Moisés Giroldi, muerto tras rebelarse
contra él en 1989; y por la llamada masacre de Albrook, en la que varios
militares murieron después de sublevarse ese último año.
También tenía otros
casos pendientes por desapariciones cuando era jefe de la extinta Guardia
Nacional y mano derecha del líder nacionalista Omar Torrijos, quien alcanzó el
poder tras un golpe militar en 1968.
"Una huella macabra"
Pero Noriega siempre
negó haber participado en crímenes: "Bajo el nombre de Dios, no tuve nada
que ver con la muerte de ninguna de estas personas. Siempre hubo una
conspiración permanente contra mí, pero estoy aquí de frente, sin
cobardía", dijo hace semanas durante una audiencia.
Pese haber acumulado
poder y secretos, tanto de copartidarios como de opositores, el militar ya no
tenía influencia política y nunca reveló la información que acumuló.
Noriega pidió
"perdón" en 2015 a "toda persona que se sienta ofendida,
afectada, perjudicada o humillada por mis acciones", manifestó.
"Todo lo puso al
servicio de los cárteles del narcotráfico. Para mí esa es la huella más macabra
y desagradable" que deja, dijo recientemente a la AFP el general Rubén
Darío Paredes, a quien Noriega remplazó al frente de la Guardia Nacional.
"Conocí a Noriega
cuando yo era teniente y él subteniente", agregó. Era "muy atento y
normal, correcto, disciplinado, decente, pero ese hombre cuando ya llega a general
definitivamente era otro. El poder lo desfiguró, lo corrompió", añadió.