Un cáncer terminal
acabó con su carrera. Recibirá ascenso póstumo.
El subintendente
‘Lucho’ ayudó a capturar a 19 jefes guerrilleros..
El director de la Policía, el general Jorge Nieto, dará a
conocer que Luis Sierra, el valiente uniformado que se infiltró durante 6 años
en las filas de las Farc y que ganó la distinción Corazón verde hace menos de 3
semanas, murió en Medellín.
El subintendente, de tan solo 33 años, estuvo metido durante
años en la selva y logró ubicar a 17 altos objetivos de la guerrilla
arriesgando su vida.
En los próximos días, obtendrá el ascenso póstumo a
Intendente y EL TIEMPO le rinde un homenaje reproduciendo el perfil que la
Unidad Investigativa hizo del valiente oficial.
“Me oriné encima de
una ropa vieja, la dejé al sol, me la puse y me caractericé como mendigo para
ejecutar mi primera misión como miembro de inteligencia de la Policía Nacional:
atrapar a una banda de atracadores que robaba joyerías y prenderías en
Buenaventura. Después de dormir varias noches en la calle y fingir que consumía
alucinógenos, la desarticulamos, y mi Mayor pidió que me asignaran al Grupo
Especial de Inteligencia de objetivos de alto valor de las Farc”.
Quien habla es ‘Lucho’, el sub-intendente de la policía
experto en labores de inteligencia y camuflaje que acaba de ser elegido como el
mejor policía del año. Las labores de infiltración que hizo durante seis años
en al menos tres estructuras clave de las Farc le permitieron a la institución
dar de baja a 15 mandos de esa guerrilla y capturar a 19 de sus cabezas, uno de
ellos un comandante que después se convirtió en miembro de la delegación de
paz. Por eso, ‘Lucho’ oculta su rostro y nombre.
Con apenas 25 años, el joven uniformado se internó en la
selva y empezó a posar de jornalero, proveedor de pertrechos y hasta de novio
de la prima de un jefe de seguridad de las Farc, para dar las coordenadas
exactas de campamentos y cabecillas, que fueron posteriormente bombardeados o
capturados. En al menos dos ocasiones, él mismo llegó hasta los cambuches de
las Farc, implantó localizadores y dio aviso para que el Ejército y la Fuerza
Aérea abrieran fuego, sin saber si quiera si él alcanzaría a salir del área.
Por eso, sus superiores no duraron en postularlo al premio,
en rendirle honores cuando fue elegido y en apoyarlo en la última y más
importante batalla que está librando y que solo soportan héroes como él: un
cáncer terminal que se asoma en su uniforme, a pesar de que el subintendente
conserva impecable una estampa imponente y un amor a la vida, encapsulados en
sus 1,76 metros de estatura.
“El primer operativo que ejecuté fue en Medellín. Se ubicó a
la esposa de uno de los jefes guerrilleros más importantes del Darién, que iba
a hacerse un tratamiento en los ovarios, y logré llegar hasta uno de sus
hermanos. Me hice pasar por ayudante de bus en la comuna donde vivían,
empezamos a tomar trago y me gané su confianza hasta que me llevó a su casa, y
conocí a la dama. Cuando ella estaba alistando el viaje de regreso al
campamento, le hice un cambiazo de un radio y le metí un GPS. Gracias al
dispositivo de localización, el campamento fue bombardeado. Le admito que fue
duró verla muerta, pero era parte de la misión”, recuerda el uniformado.
El positivo lo catapultó de inmediato entre sus superiores,
que le dejaron escoger su siguiente misión de infiltración.
“Tenía una fuente en Turbo y le dije a mi Mayor que quería
hacerme pasar por jornalero para llegar hasta el corazón de otra estructura
guerrillera. Me empleé como aserrador y asumí otra identidad. Mi nombre ya no
existía, me saqué de la cabeza quién era, a mi familia, lo que amo, y cambié el
chip por completo. No recibía sueldo ni apoyo de la Policía. Eso es duro, si no
sabes manejar la situación, mueres (...). Con el único con quien hablaba era
con mi superior, a través de un celular básico que escondía en una enramada.
Los primeros días tenía las manos destrozadas por el uso de la motosierra y el
hacha, pero era la única manera de que los milicianos no sospecharan de mí. Y
ahí empecé a conquistar a la guerrilla”, dice ‘Lucho’.
Según él, fue fácil. Empezó a comprar en el pueblo navajas
con linterna y otros objetos llamativos que los miembros de la guerrilla le
empezaron a encargar.
“Comencé por subirles elementos, comida, aceite para motor. Y
así estuve por 8 meses hasta que llegué al comandante. La primera vez me
emborracharon para aflojarme la lengua. Pero usted aprende a controlar esas
situaciones en la academia. Cuando terminé de recolectar toda la información,
le dije a mi patrón del aserradero que me sentía enfermo por una diarrea
crónica y que tenía que salir de urgencia a la cabecera municipal. Pero en el
primer alto que encontré, llamé a mis superiores para que procedieran con el
operativo”.
‘Lucho’ admite que cumplir con las misiones lo llenaba de
fuerza. Pero también, que tuvo momentos de depresión, que extrañaba a su
familia, lloraba en silencio y añoraba comerse una hamburguesa, harto del
pescado que les daban casi todos los días a los jornaleros.
Por eso, luego de coronar el nuevo operativo, usó parte de
los 15 días de permiso que le dieron de premio, para abrazar a su familia y
llenarse de comida chatarra, su debilidad.
‘Feliz cumpleaños’
“Esa vez me cogieron dos navidades infiltrado, y era una
situación realmente difícil. Extrañaba a mi madre y a mi familia y estaba a
punto de pasar otro cumpleaños solo, en medio de la selva y rodeado de
guerrilla. Pero ya tenía las coordenadas exactas del nuevo campamento y valía
la pena no rendirme. Recuerdo que el general Jorge Luis Vargas, entonces jefe
de la Dirección de Inteligencia de la Policía, me llamó y me dijo: ‘ ‘Lucho’,
¿qué quiere de cumpleaños?’. Solo atiné a decirle: ‘Mi general, que hagan ya el
operativo ya y que me saquen de acá’. Él me respondió: ‘Listo; feliz
cumpleaños’, y ordenó que se iniciara el desembarco de tropas’.
Y el siguiente reto fue más riesgoso. ‘Lucho’ empezó a
moverse por los límites con Panamá, por donde Farc y ‘clan del Golfo’ sacan
toneladas de coca en asocio.
“Allá me ennovié con la prima de uno de los jefes de
seguridad de la guerrilla, en un tema puramente estratégico. Fue difícil
cortejarla y estar con ella. Yo tenía 27 años, y ella era una morena nueve años
mayor, y yo concibo el amor de una manera diferente. Fue incómodo, pero logré
hasta compartir sancocho con el primo. Me invitaron hasta a las fiestas de fin
de año. Aguanté porque íbamos por el jefe de las Farc que manejaba el
narcotráfico de la zona y la compra de armamento para casi todos los frentes
guerrilleros. Y lo logramos capturar”.
En esa misión, la número cinco, ‘Lucho’ creyó que lo habían
descubierto y que todo el trabajo de infiltración que había ejecutado por años,
estaba acabado.
“Una de las estructuras que infiltré me encomendó llevarles
uniformes militares. Yo iba con mi guía en una camioneta a entregarlos cuando
me salió otra estructura que no conocía. Alcancé a esconder debajo de la silla
mi pistola Jericho 9 milímetros, pero la orden era requisar todo el vehículo.
Cuando ya estaba a punto de descubrirla, un guerrillero reconoció a mi guía, lo
saludó con familiaridad y nos terminó salvando la vida. Al final, esa
estructura también empezó a pedirme pertrechos”, dice ‘Lucho’.
Su seguidilla de operaciones exitosas solo la paró una tos
crónica que, en un diagnóstico inicial, era una virosis. Pero un experto le
notificó que se trataba de un tumor de 19 por 14 centímetros que si bien le fue
extraído, ya había hecho metástasis en la columna, los pulmones, el hígado...
su vida.
“Tres médicos diferentes, incluido uno de Miami, me
confirmaron el diagnóstico y la agresividad. Pero, a pesar de las quimios y las
radioterapias, les pedí a mis superiores que me dejaran seguir trabajando en un
lugar donde pudiera seguirle siendo útil a la institución. Me volví entonces
poligrafista y logré dar un positivo más en Caucasia (...). Entrevisté a un
informante y establecí que nos estaba mintiendo y que su grupo estaba a punto
de evadirse. Pero el dolor empezó a ser insoportable, y de los 12 medicamentos
que me tomo a diario, incluida morfina, la mayoría son para mermarlo. Hace unas
semanas me rendí y pedí que frenaran el tratamiento. Pero este reconocimiento
me devolvió la esperanza. Lo recibo a nombre de los 180.000 policías buenos que
salen a diario a arriesgar sus vidas por la patria. Yo creo firmemente en Dios
y voy a seguir luchando por mi vida, por mi chiquita y por mi esposa. Ellas me
están esperando. Esta es mi última y más importante batalla”.
Corazón Verde
La convergencia entre guerrillas, narcotráfico, paramilitares
y grupos ilegales ha hecho que portar el uniforme de la Policía Nacional sea un
acto de reconocimiento. Desde hace 18 años, la Fundación Corazón Verde otorga
la distinción al mejor policía a quien merezca ser exaltado por su excelente
rendimiento y valentía. El año pasado, este título fue para el intendente
Álvaro Rincón Devia, quien lideró la búsqueda de Rafael Uribe Noguera,
responsable del caso de Yuliana Samboní.