por MAR CANDELA.
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D Semana
Las mujeres en el poder
no tienen claro que la dignidad de una mujer no está en lo que ella hace o deja
de hacer con su vagina. “Que tiempos serán los que vivimos, que hay que
defender lo obvio” Bertolt Brecht.
Antes que todo quiero
ofrecer disculpas por no usar la expresión “Trabajadora sexual”. Desde donde lo veo, es un eufemismo que, por
limitaciones en “letras”, no explicaré en este espacio. Pido el favor de que
comprendan que uso las palabras prostituta o puta, tan castiza la una como la
otra, con todo el respeto humano y sin ninguna intención de ofensa. Espero
exponer mis argumentos sobre mi rechazo al eufemismo “trabajadora sexual” en
otra ocasión.
Por lo pronto, aclaro:
puta es el diminutivo de la palabra prostituta, que hace referencia a una mujer
que vende sexo. La palabra prostitución viene del latinazgo prostituere, que
significa ‘mostrar para vender’. De ahí se deriva el término prostituta y en
ese orden de ideas no estamos hablando de una “mala palabra” o de una
“vulgaridad”, sino del nombre de una actividad.
Es más, si somos
rigurosos con el sentido de las palabras, esto deja sentado que todas las
personas somos prostitutas porque siempre estamos en la dinámica de “mostrar
para vender”. Nadie contrata a alguien si no se muestra, sea en la profesión
que sea. Por eso, insisto, no tengo idea de a quien se le ocurrió encasillar la
palabra prostitución en el contexto de “vender sexo”, como si sólo las personas
que venden sexo tuvieran la tarea de “mostrar para vender “.
Voy a hablar desde los
paradigmas y lineamientos de feminismo artesanal. En nombre no de todas las
mujeres, sino de las que consideramos que las mujeres somos diversas, que los
derechos humanos son para todas y no sólo para las que llenan expectativas de
comportamientos sociales.
Esta es mi historia, o
al menos parte de ella. Al sentir la realidad de tantas mujeres y ver que tanto
la prostituta como la trabajadora convencional eran vulneradas cuando tomaban
una decisión sobre su vida en contra de lo que se supone que es políticamente
correcto con la excusa de que se “portó mal”, comprendí que todas las mujeres
en algún punto seriamos sancionadas social, moral, física y económicamente
entre muchos más imaginarios de castigo argumentando que “somos o parecemos
putas”.
Entonces llegué a la
conclusión de que hay que exigir calles para mujeres libres y desde allí,
empecé a invitar a todas las mujeres a reconocerse como “putamente libres”.
Después de años de lidiar con diversas realidades femeninas comprendí que eso
que denominamos “patria” agoniza porque hemos violentado y vulnerado en todos
los sentidos a la Matria, es decir: la matriz de todas las sociedades. Esta no
es sólo el vientre femenino que reproduce a la humanidad, sino también la naturaleza
femenina, habite está en un cuerpo útero vaginal o no, la naturaleza femenina
ha sido olvidada y pisoteada de generación en generación y si bien es cierto
que el feminismo ha ganado grandes batallas de derecho y espacios valiosos para
las mujeres, también es cierto que en pleno siglo XXI tenemos que seguir
resistiendo a la falta de equidad y justicia social.
Yo me paro en la
realidad innegable, la realidad de que el patriarcado y el machismo han
mantenido soberanía política, social, económica, religiosa y cultural porque
convencieron a las sociedades de que sí existen mujeres que deben despojarse de
sus derechos por pensar, decir y vivir diferente.
Nos metieron en la
cabeza que las mujeres políticamente correctas, correctas sólo por obedecer al
sistema social, económico y moral impuesto, eran las únicas que podían exigir
derechos en teoría, por el hecho de que su nombre “no tenía mancha”, nos
convencieron de que existían mujeres que se “buscaban su mala suerte” por
decidir sobre su cuerpo y todos los aspectos de su vida.
Nos metieron en la
cabeza que la prostitución es inmoral porque se trata de un pecado y desde allí
la convirtieron en un delito. Por suerte ya en muchos países, incluido
Colombia, el debate sobre si es o no es un trabajo ya se ha dado y ha quedado
claro en muchas partes que sí es un trabajo y no un trabajo de simple desvare,
sino un trabajo tan digno como todos.
Yo me planto en la
verdad de que la dignidad de una mujer no está en lo que ella hace o deja de
hacer con su vagina, que el ejercicio de nuestra sexualidad, sea cual sea, no
pone ni quita una sola tilde a nuestros derechos humanos.
En esta sociedad de
dobles discursos varias personas quieren hacer creer que no marcar lineamientos
políticos y derechos claros para las personas adultas que ejercen la
prostitución por determinación e incluso el pretender abolir el ejercicio del
trabajo de la prostitución se trata de velar por los derechos humanos, con el
pretexto de que son muy pocas las personas que quieren voluntariamente ejercer
ese trabajo. Es más, algunas corrientes feministas insisten en que al abolir la
prostitución voluntaria se acabara el tráfico sexual.
Disculpen si se sienten
agredidas, pero tengo que decirlo y no sé de qué otra manera hacerlo, muy
ilusas las mujeres que en nombre de sus movimientos se aferran al discurso
abolicionista, al creer que de verdad benefician a las mujeres prostitutas, y
muy ingenuas al no comprender que lo único que hacen es lanzar a estas mujeres
a vivir, padecer e incluso morir en la clandestinidad.
No es menos violencia
de género esto que cualquier conducta machista. Algunas mujeres quieren ser
redentoras y salvadoras a cualquier precio. Al patriarcado no le duele que
existan mujeres que decidan ser putas, lo que le duele es que escojan el
cliente, la tarifa y exijan condiciones humanas dignas para ejercer. Muchas
mujeres consideran que el cuerpo de las mujeres es suyo y que las mujeres
decidimos sobre el ejercicio de nuestra sexualidad si y sólo si, decidimos no
vender atención sexual ¿Quién les da el derecho a algunas mujeres a decidir
sobre el cuerpo y vida de las minorías femeninas?
Los derechos humanos no
son un tema de cifras, una sola mujer que decida ser prostituta debe tener la
opción y las garantías de derecho sin censura, ni sanciones.
Comparto un sentir personal:
Todas las mujeres
tenemos que reconciliarnos con la prostituta sagrada que llevamos dentro porque
con excepción de las mujeres asexuales, todas somos receptoras y dadoras de
placer y fuimos educadas para no ejercer nuestra sexualidad sin un beneficio, a
tal punto que nos educaron para no relacionarnos con hombres que no tuvieran
algo que ofrecernos. Es más, antaño el patriarcado no concedía el matrimonio
sin dote. Antes de casarse, a las mujeres nos vendían al mejor postor para que
nos enamoráramos en el camino, el amor y el placer no fueron prioridad para
casar a las mujeres, prioridades eran el dinero y el poder social y político
que el casamiento de dos apellidos engendrara.
Así que dejemos la
moralina, lo que le atormenta al patriarcado es que las putas hoy deciden; lo
que le incomoda a enemigos de la libertad es que las mujeres entendamos que
somos sujetas de derecho aun siendo putas, seamos putas por vocación, por
necesidad o por simple sospecha, porque en esta sociedad la mujer es denominada
puta sólo por salirse de los paradigmas y lineamientos establecidos por las
tradiciones. Lo que le duele al patriarcado es que las mujeres decidamos ser
putamente libres y nos abanderemos de nuestro derecho a decidir no sólo sobre
nuestro cuerpo, sino sobre todos los aspectos de nuestra vida.
Cuando decidí, en
compañía de otras ciudadanas, llevar a cabo la versión de la marcha de las
putas en Colombia, recuerdo cuando algunos colectivos me acusaron de apropiarme
de una causa social que no me competía; sin conocerme afirmaban que yo no era
prostituta y por ende no tenía autoridad moral para hablar del tema ni
conocimiento de causa, como si para entender que las comunidades de negritudes
son ciudadanía sujeta de derechos se necesitara ser negro. ¿Cómo saben si soy o
no soy prostituta en una sociedad donde cientos de mujeres ejercen la
prostitución en la clandestinidad por terror al escarnio público y por la
existencia de la limpieza social que decide asesinar a las mujeres que ejercen
este trabajo? ¿Qué cosa debo saber sobre la realidad de las mujeres prostitutas
aparte de que son sujetas de derecho y que ninguna debe ser tratada como
ciudadana de segunda categoría? ¿Qué debo saber sobre la realidad de la puta
además de que ella debe ser cobijada de todos los derechos humanos, incluidos
los laborales, como todas las demás trabajadoras de los diversos campos de
acción?
No soy abogada ni tengo
poder político para hacer leyes, por eso desde cuando supe de la existencia de
este proyecto lo he acompañado de lejos y aunque sé que debe ser revisado por
todas las colectividades que trabajan el tema, aplaudo que esté sobre la mesa.
Es absolutamente justo que hoy en el Congreso de la República se dé el debate
sobre la reglamentación de los derechos laborales de las prostitutas. Desde
donde yo lo veo, el hecho de que sea un hombre y no una mujer quien haya
abierto este debate sólo deja claro que las mujeres en el poder no siempre
representan los intereses de todas las mujeres en Colombia, a pesar de los
discursos abolicionistas. El debate sobre si la prostitución es o no es un
trabajo ya se dio en Colombia y quedó estipulado que es un trabajo, aunque
algunas personas quieren volver al pasado y piden penalizar ya sea a la
prostituta o a su cliente.
Lo cierto es que eso es
retardatario y que ahora lo que debemos hacer es enmarcar todos los derechos
laborales para las personas que ejercen la prostitución voluntaria. Comparto
las palabras de Cristina Garaizábal, del Colectivo Hetaira, una activista
española por los derechos humanos de las prostitutas:
“...La experiencia
demuestra que la puesta en práctica de políticas abolicionistas profundiza el
abismo entre las prostitutas y el resto de la sociedad y aumenta el estigma, la
exclusión y la marginación social que muchas padecen (...) Desde nuestro punto
de vista, las posiciones abolicionistas, Por impracticables e impositivas, son
las que más favorecen las mafias, pues, como se ha demostrado también en otros
asuntos, son precisamente las condiciones de clandestinidad y de falta de
derechos reconocidos las que favorecen que los poderosos campen por sus
respetos y los sectores más desfavorecidos (en este caso las mujeres y los
niños) queden totalmente desprotegidos frente a los abusos y la explotación”.
Hoy me atrevo a dejar
esta conclusión en nombre del movimiento feminismo artesanal:
Somos putamente libres.
La explotación sexual
es delito de lesa humanidad y nada tiene que ver la prostitución voluntaria con
el hecho de que existan delincuentes dedicados a someter a todo tipo de
vejámenes a personas para explotar el negocio del tráfico sexual.
*Mar
Candela – Ideóloga feminismo artesanal