De Semana.-
En el libro Así matamos
al patrón | La cacería de Pablo Escobar, que saldrá publicado esta semana, el
paramilitar Diego Murillo, alias ‘Don Berna’, relata la manera como llegaron al
capo. Semana.com publica textualmente el último capítulo del libro.
El 1 de diciembre, el
día de su cumpleaños número 44, concebimos un impresionante operativo para
detectar su posible ubicación y con quién se reuniría. Desafortunadamente
resultó infructuoso: no pudimos localizarlo. Pablo se reunió en su escondite
con su madre, Hermilda Gaviria, y con Marina, su hermana, quienes le llevaron
sancocho de gallina –su plato preferido– y una torta de chocolate que apenas
probó: estaba cansado y agotado; la gastritis, a pesar de la cantidad de
Milanta que tomaba, lo afectaba gravemente. Su familia trató de darle ánimos,
pero su tristeza era evidente: los guerreros, por muy fuertes que sean, también
se cansan de las guerras.
Al día siguiente, el 2
de diciembre, me recogieron mis escoltas y llegué al parqueadero, cerca al
estadio de fútbol Atanasio Girardot, donde estaban los equipos móviles de
ubicación de señales. Allí me entrevisté con el mayor Hugo Aguilar, segundo al
mando (el mayor Danilo González disfrutaba de un merecido descanso con su
familia). Hugo me comentó que estaba muy preocupado: habían aumentado las
presiones por parte de la cúpula de la Policía, pues querían resultados, el
presidente estaba próximo a terminar su período de gobierno y temía que Pablo
Escobar siguiera en la calle. Me confesó que les había dado una semana de
plazo: si no obtenían nada, serían relevados. Además, él y Danilo González
debían empezar el curso de ascenso para llegar al grado de teniente coronel.
Yo le dije que
estuviera tranquilo, que no debíamos desesperarnos. Estaba completamente seguro
de que Pablo tenía las horas contadas: no había vuelto a poner bombas, no había
mandado a asesinar policías ni a secuestrar personas de la vida nacional, su
poder estaba totalmente reducido. En cuanto a sus aliados, su hermano Roberto
Escobar, alias 'Osito', quien tal vez habría podido apoyarlo, se había
entregado a las autoridades junto con alias 'Popeye', su secretario. Además,
habíamos interceptado una carta enviada por alias 'Marlboro' en la cual le
decía a Pablo que tuvo que vender la moto y la pistola ya que no tenía con qué
comer; sus principales colaboradores habían sido dados de baja, otros estaban
en la cárcel. El mensaje que enviamos los integrantes de Los PEPES fue
contundente: quien le prestara ayuda al 'Patrón', moriría.
El mayor Hugo me respondió
que ojalá las cosas se dieran porque, aunque estaba feliz por su llamado al
curso de ascenso, también le resultaba decepcionante que después de tanto
esfuerzo y tiempo no hubiéramos podido dar de baja a Escobar. «Creo que, en la
historia de Colombia, nadie ha aguantado una persecución tan fuerte e
implacable como la que ha soportado Pablo Escobar, donde se han tenido que unir
fuerzas tan disímiles para poder acabarlo», terminó por decir el mayor.
A las 12:30 p. m. de
ese 2 de diciembre, el mayor Hugo me anunció que se iba a la escuela Carlos
Holguín donde almorzaría, ya que estaba cansado de comer pollo y papa. En el
parqueadero nos quedamos el teniente Bolívar, un teniente que llamaban Toño, un
sargento, mi hermano Semilla, 20 de mis hombres y yo. Hice que trajeran
almuerzos de un restaurante cercano. El teniente Bolívar me informó que los
equipos estaban listos pero que hasta entonces Pablo no había utilizado su
teléfono.
Después de una larga
espera, a la 1:41 p. m., Pablo hizo la primera llamada a su familia. La
recepcionista de Residencias Tequendama trató por todos los medios de dilatar
la llamada, pero esta no duró mucho. De nuevo escuchamos el ruido de la
quebrada, cosa que nos dio esperanzas ya que nos disipó cualquier duda: Pablo
estaba cerca del parqueadero donde nos encontrábamos. A las 2:52 p. m., hizo la
segunda llamada a su hijo, pidiéndole que enviara una carta de agradecimiento
al presidente Alfredo Cristiani de la República de El Salvador, quien les había
ofrecido asilo en su país. El teniente Bolívar logró ubicar el sitio desde
donde se realizaban las llamadas y me dijo que lo acompañara con todo mi
personal, así que salimos hacia el lugar.
A las 2:57 p. m., Pablo
Escobar hizo la última llamada de su vida. Habló de nuevo con su hijo para que
contestara un cuestionario de 40 preguntas enviado por una importante revista
internacional. En ese momento, el teniente ubicó el punto exacto desde donde
llamaba el 'Patrón': una vivienda común y corriente, de dos plantas y garaje,
localizada en la carrera 79A No. 45D94, en el barrio Los Olivos, en el sector
de La América; a la derecha pasaba la quebrada La Hueso.
El teniente Bolívar y
algunos de mis hombres rodearon la cuadra y llamaron por radio al mayor Hugo
Aguilar, que se encontraba en la Escuela de Policía Carlos Holguín. Él preguntó
si estábamos seguros de que Pablo se escondía allí y el teniente le respondió
que con toda seguridad. El mayor le ordenó que no hiciera ningún movimiento,
que ellos ya venían en camino con policías de refuerzo. Debido a la gran
congestión vehicular causada por la época decembrina, el recorrido de la
escuela hasta el lugar podía tardar 40 minutos. En resumidas cuentas, había que
cruzar la ciudad de lado a lado. Mientras tanto, Pablo hablaba con toda
tranquilidad con su hijo y no había notado nada sospechoso. La espera se hacía
eterna y angustiosa.
A las 3:15 p. m., el
teniente Bolívar tomó una decisión intrépida y arriesgada. Me preguntó si el
área estaría completamente asegurada. Yo le respondí que sí, y agregué: «Es
imposible que el 'Patrón' se escape». El teniente Bolívar me respondió:
«Entremos». Me sorprendí, pero él agregó: «Yo asumo la responsabilidad».
Entonces le dije a mi hermano Rodolfo Murillo Bejarano, alias 'Semilla', que se
pusiera un chaleco antibalas para que ingresara a la residencia junto con el
teniente Toño y dos hombres más.
Derribaron la puerta
con una almádena. El 'Patrón', absorto en su llamada, no escuchó el estrépito.
El único hombre que lo acompañaba, alias 'Limón', le gritó: «¡Patrón, nos
cayeron!», y salió corriendo por la puerta trasera de la residencia. Pablo hizo
lo mismo, pero sus movimientos eran lentos debido al gran sobrepeso que tenía.
Subió al segundo piso, pues allí había una pequeña ventana que daba al techo de
una casa vecina. Pablo corría por el techo cuando mi hermano llegó a la
ventana, le apuntó y le disparó en la cabeza con su fusil M16 calibre 5.56.
Pablo cayó
estrepitosamente y falleció en el acto. Eran las 3:18 p. m. Alias 'Limón' logró
llegar a la calle, pero también fue dado de baja cuando trató de dispararles a
los hombres que se encontraban allí. Me asomé por la pequeña ventana y vi a
Pablo totalmente rígido, sin zapatos, desprotegido y agujereado. No sentí
ningún tipo de emoción.
Semilla54 tenía una
gran puntería gracias al curso de tiro que recibió en la Escuela de Policía
Carlos Holguín. La munición que usó para disparar fue donada por los
norteamericanos y el fusil con el que le disparó a Pablo Escobar se lo regalé
tiempo después a Carlos Castaño. A pesar de que mi hermano fue quien le dio de
baja el 2 de diciembre de 1993, nunca se jactó de eso. Más bien evitaba hablar
del tema y que se lo mencionaran. Fue siempre humilde y sencillo.
Pocos minutos después
llegó el mayor Hugo Aguilar con sus hombres y nos abrazó a mí, a 'Semilla' y al
teniente Bolívar. Nos felicitó, estaba feliz y había euforia, tiros al aire y
gritos de «¡Viva Colombia!». Me pidió que me retirara en el acto, pues venía la
prensa y no era conveniente que me vieran allí.
Al partir, llamé a
Fidel para decirle: «Comandante, Pablo ha muerto». Me preguntó si estaba
seguro, a lo que le contesté: «Sí, comandante, yo mismo lo vi». Los Castaño me
ordenaron que pasara lo más pronto posible por Montecasino. Entretanto, la
noticia sobre la muerte de Pablo se regaba como pólvora, todos los medios de
comunicación dedicaban sus espacios a cubrir el hecho, las calles de Medellín
quedaron vacías y muchos negocios cerraron; se temía que hubiera retaliaciones
por la muerte del 'Patrón'.
Por fortuna no sucedió
nada. 'Semilla' y yo llegamos a Montecasino, la inmensa mansión ubicada en el
barrio El Poblado y cuartel general de los Castaño. Fidel y Carlos nos
abrazaron y felicitaron, yo les narré de manera detallada todo lo sucedido con
Pablo Escobar, me escucharon con mucha atención. Cuando terminé, Carlos dijo:
«Ahora que ha muerto Pablo, debemos empezar una nueva lucha, será contra la
guerrilla. Hay que construir una organización politico-militar. Con los
recursos, las armas y los contactos que nos quedan de la guerra contra Escobar,
podemos empezar. 'Berna' y 'Semilla', a partir de este momento, ustedes hacen
parte de esta nueva organización antisubversiva como miembros del Estado
Mayor».
Fidel Castaño estuvo de
acuerdo; luego mandó a traer una botella de vino francés cosecha de 1948 de su
cava personal. Quería celebrar la muerte de su implacable enemigo. También en
algunas zonas de la ciudad había personas que festejaron con pólvora. Yo pedí
permiso para retirarme, estaba agotado y quería descansar.
Llegué a mi apartamento
y muchos pensamientos pasaban por mi cabeza: recordaba con tristeza a todos mis
amigos que murieron en esta cruenta guerra, me sentía solo y me preguntaba si
tanta violencia había valido la pena. Eso fue lo último que pensé antes de
quedarme profundo.